lunes, mayo 07, 2007

Buceando en el Paraíso

Paseamos seis días por Chiang Mai y volvimos a Bangkok por dos motivos: recuperar nuestra valija que habíamos dejado en el hotelcito familiar donde nos habíamos hospedado la primera vez y comprar una notebook que necesitábamos para reemplazar a nuestra “carreta”. Afortunadamente, la valija seguía existiendo y gracias al asesoramiento amable de Sutteenai, el dueño del hotelucho, llegamos a “Computer City”, una mole de 5 pisos donde el target exclusivo era la computación. Pasamos un día entero eligiendo la tecnología apropiada para nuestras necesidades (y además porque en el shopping ¡estaba de fresquito!) y otro día, averiguando cómo llegar a Kuala Lumpur desde las islas del sur de Tailandia, donde pensábamos pasar nuestros últimos días.
Por algún motivo desconocido a la lógica, no es posible planear un viaje por tierra desde Tailandia a Malasia, ya que nadie te puede dar información de horarios o disponibilidad al cruzar la frontera. Lo intentamos por tren y por bus, pero no hubo caso. Como queríamos asegurarnos de llegar a tiempo a KL para nuestro vuelo de regreso, consultamos por aviones. Encontramos uno muy barato por internet en Air Asia, pero desde Bangkok. Por lo tanto, había que volver una vez más a la ciudad del shopping descontrolado y el calor agonizante.
Una vez resuelto el dilema, y viéndonos obligados a regresar, le volvimos a dejar la valija a Sutteenai pero en compañía de una hermanita (un poco más abultada) que habíamos acumulado con compras en el sudeste. Obviamente, para agradecerle el gesto de guardarnos el bulto, siempre le traíamos un obsequio. Pero por alguna diferencia cultural, no estaban acostumbrados a esto y respondían a cada uno de nuestros regalos con otro. Lo que generó una cadena de atenciones que no vio su final hasta que nos fuimos definitivamente de Bangkok.
Rumbeamos a las deslumbrantes islas del Golfo de Tailandia para sumergirnos en un auténtico lujo asiático durante el último tramo del viaje. Nos tomamos un bus de larga distancia hasta la isla de Koh Tao, haciendo combinación con el ferry en Chumpon. El chofer nos despertó a las 2 de la mañana y nos abandonó en una parada desierta junto a un irlandés tan dormido como nosotros. Supuestamente teníamos la conexión incluida, pero sólo había una moto esperándonos, que con su escaso inglés pretendía llevarnos hasta el ferry. Nos negamos rotundamente (¡después de nuestra experiencia en Vietnam!) y supusimos que llegaría otro tipo de transporte. Nos pedimos un té suavecito para hacer tiempo en un restaurante al paso que estaba al lado de la parada. La mujer que atendía nos miraba como a extraterrestres. Como no entendía lo que le pedíamos, le hicimos la mímica de cómo hacer un té y finalmente obtuvimos tres tazas de café bien negro, como para no volver a pegar un ojo en toda la noche. Acostumbrados a los malentendidos, los tres nos reímos y bebimos el café sin chistar, no vaya a ser que protestáramos y se apareciera con una sopa de cerdo a las 3 de la mañana.
Al rato, vimos a otro colectivo dejar gente en la parada y finalmente, llegó la conexión que nos condujo a todos hasta la agencia, ¡donde había que hacer tiempo hasta las 6 am! Los que tenían bolsas de dormir podían tirarse a descansar en una salita vacía destinada a la pachorra. Nosotros, después del potente cafecito, nos pusimos a jugar a las cartas. El ferry tardó 3 horas y por fin llegamos a la soñada isla de Koh Tao, donde ya habíamos contratado hotel y nos esperaban en el puerto. Nos hospedamos en un Resort de Buceo espectacular a la orilla de una deliciosa y tranquila playa de arenas inmaculadas.
Durante los siguientes 4 días, la niña estudió y practicó todo el santo día para obtener su certificado de PADI Internacional, lo que la autoriza a bucear en cualquier mar del mundo, mientras el niño se bronceaba caminando por las playas y nadando en el mar tibio, debido a que ya estaba certificado. El último día, los dos nos dimos una panzada de buceo inolvidable donde vimos tortugas acuáticas, anguilas, corales alucinantes, rayas, etc.
Bucear es aprender a volar en el agua aunque rodeados de un mundo inexplicable. Una vez que el tema del oxígeno y el manejo del equipo está controlado, una vez que la mente se relaja y deja que el cuerpo flote naturalmente, los sentidos despiertan, como si hubiesen estado sonámbulos todos estos años. Los colores radiantes te seducen, las dimensiones cambian, los sonidos se agudizan de una manera escalofriante, el movimiento se aletarga, las sensaciones se profundizan y el agua densa parece sostener hasta el peso del alma. Debe ser una de las pocas veces en que nos volvemos plenamente concientes de la respiración. Pero el protagonista del vuelo es el latido intenso del corazón que retumba en esta caja sonora como un auténtico tambor. ¿Serán los peces tan afortunados de escuchar constantemente su propia sinfonía?
En el grupo de buceo también conocimos a gente muy linda. Russel era nuestro vecino de habitación, un canadiense que vive hace 9 años en Brooklyn, abogado y ecologista que estaba de vacaciones por un mes en Tailandia. También estaba Stefanie de Bélgica, quien hacía meses que viajaba por el mundo. En medio de sus andanzas conoció a su novio israelita con el que viajaron juntos por medio año. Cuando la conocimos hacía dos días que a él se le había terminado el viaje y se habían tenido que separar. Por otro lado, estaban las 3 amigas adolescentes de Noruega, obviamente rubias platinadas pero con un color dorado que daban envidia. Y completaban el grupo una pareja de londinenses que viajaban por un año; tímidos, un poco raros, pero que nos prometieron enviarnos una copia del video de buceo al finalizar su viaje (¡que no compramos porque salía 60 dólares!)
En Koh Tao nos quedamos un total de 5 días, los otros 3 los pasamos en otra isla más al sur llamada Koh Phangan. Nos hospedamos en unas cabañitas de madera con una vista al mar fabulosa en el norte de la isla, en la Bahía del Coral. Hicimos absoluta fiaca entre jugos de mango y delicias Thai.
El regreso a BKK fue una maratón. Salimos a las 8 am y recién llegamos a la capital de Tailandia a las 2 de la mañana del día siguiente. Le habíamos pedido a Sutteenai que nos guardara una habitación ese día, aunque llegáramos muy tarde, así podíamos descansar antes de tomar ambos vuelos internacionales al día siguiente. Cuando le tocamos la puerta a nuestro amigo, se levanta confundido y acongojado nos muestra que el hotel estaba lleno, que él había marcado nuestro regreso para otro día. Sin mucha energía para discutir (menos considerando que guardaba gentilmente nuestras valijas), le dijimos que no tenía importancia y que nos íbamos a buscar otro sitio.
A las 2:30 de la madrugada, luchando contra el sueño y la humedad de 150%, descompuestos de calor, nos fuimos a recorrer hoteles rogando que nos dieran un lugar donde caer rendidos. Nos acomodamos a 2 cuadras de la casa de Sutteenai en una habitación ¡con aire acondicionado! A la mañana siguiente, le agradecimos el cuidado de las valijas y nos fuimos a reorganizarlas, ya que esa misma mañana, chequeando que todo estuviera bien con el vuelo, nos desayunamos que Air Asia imponía un límite de peso: 15 kg para despachar y 7 kg en la mano, por persona. Nosotros teníamos unos ¡80 kg entre los dos! (gran parte por un cargamento de pashminas adquiridas para la reventa). Hicimos malabares como para dejar los bolsos que despachábamos livianos, poniéndonos encima todo lo que pudiéramos a pesar del calor (camperas, sweaters, pantalones largos, botas, polars en la cintura) y llevar lo más pesado en las manos. Parecíamos esquimales fuera de estación en plena mudanza. Lo que pagamos de extra equipaje fueron solo 7 kilos, ¡imagínense lo que llevábamos encima! Igual, lo que transpiramos hasta que pasamos por el control de peso ¡¡no se compara a un océano!!

martes, abril 24, 2007

Sabores del norte de Tailandia

Escuchamos que el cruce de frontera entre Laos y Tailandia estaba en condiciones calamitosas. Desde Luang NamTha se podía tomar un mini bus local por 8 horas o un barco pequeño que tardaba todo el día. Apostamos al primer bus de la mañana. Nos juntamos a desayunar bien temprano con los chicos y repartimos tareas: Annet y Cami fueron al banco a cambiar los “kips” que nos sobraban mientras nosotros y Chris comprábamos los boletos en la estación y reservábamos lugares en el cole. Una hora antes de la partida, nos pareció un lapso prudente para anticiparnos y no tener que viajar parados… pero no fue suficiente. Llegamos a las 8:30 de la mañana y el bus ¡estallaba de gente! Habían ido a empollar los asientos de un colectivo que recién partía a las 9:30, ¡a las 7 am! Desalmados, nos sentamos a esperar el siguiente: 12 del mediodía. Pero en el ínterin, se nos acercó un gordito con cara de tránsfuga a ofrecernos una combi privada que todavía no había llegado. Nos prometió sólo una hora de espera y cobrarnos el mismo precio que el local. Como muchas no eran las alternativas, juntamos a un grupo de 9 turistas interesados para llenar más rápido la van. De todos modos, la combi no llegó a la hora dispuesta, sino después de 2 horas y media, como es de esperar en estas culturas…
Después de más de 5 meses de viaje en Oriente, llegamos a la conclusión de que el tiempo aquí se rige por otra métrica. Todo lleva siempre más tiempo. Lo que te prometen, sin excepción se duplica y lo que uno planea, se cuadriplica en horas. Da la sensación de que uno arrastra la vida en vez de caminar con ella. Te confunde, te detiene, hasta te frustra mientras no lo aceptes, pero finalmente te enseña el gran valor de la paciencia. Tal vez por eso la meditación ha nacido en este lado del mundo ¡para dotarlos de paciencia! Sin duda, aquí los días tienen más horas y las horas más minutos. Y uno sin querer entra en este letargo magnífico, en donde el pulso no es una corchea sino una blanca, en donde uno se descubre mirando el horizonte varias veces por día y hasta se acuerda de respirar más profundo.
Por fín, llegó la traffic (preciosa, para nuestra sorpresa) que nos ofreció un viaje cómodo, ágil y relajado. Llegar a la frontera nos llevó un suspiro de módicas 4 horas durante las que fuimos afianzando relaciones con algunos pasajeros. El tranfuguín terminó siendo un tipo simpático que recién volvía de su primera vez fuera del país. Gracias a la generosidad de un amigo francés, había ido a visitar la China y volvía entusiasmado como un niño con ese nuevo mundo del viajar brillándole en los ojos. Podía comunicarse bien en inglés y por eso ayudaba a su hermano, que no entendía una palabra, consiguiéndole turistas para su transporte. Viajó con nosotros para volver a su casa, justo en la frontera con Tailandia. Con los otros que hicimos migas, fue con Matías y Valerie de Bélgica. Habían comenzado su viaje el mismo día que nosotros, el 1 de Octubre, y para colmo habíamos recorrido prácticamente los mismos lugares tanto en la India como en el sudeste Asiático, con la diferencia de una semana. El, diseñador gráfico, con un costado negociante que lo había llevado a comprar kilos de alhajas en plata y un container de almohadones triangulares, que acá son el último grito de la moda. Ella, restauradora de vitraux antiguo, con inclinaciones hacia la moda heredadas de su madre y abuela, quienes habían sido grandes modistas de sus tiempos.
Al río que separa Laos de Tailandia lo cruzamos en el último bote del día. Nos buscamos un hotel del lado Thai y a la noche, nos fuimos de copas con los belgas. Nos divertimos muchísimo descubriendo que teníamos tanto en común como el mismo viaje que nos había hecho amigos, aunque él tuviera rastas hasta la cintura y ella pareciera una muñequita de porcelana. Al día siguiente, cada uno siguió su rumbo y el nuestro fue Chiang Mai.
En la ciudad más importante del norte de Tailandia se puede, entre otras cosas, practicar meditación, hacer cursos de cocina profesionales, pasear en bicicleta, conocer los cientos de “Wat” que destellan en dorado y caminar por innumerables “Soi” (callejuelas) que zigzaguean por entre las manzanas de la ciudad amurallada.
Como era de esperar viniendo de dos amantes de la buena cocina, nos abocamos a aprender los secretos perfumados de la comida Thai en un intenso día de práctica y empache en Chiang Mai Thai Cookery School, la más antigua y reconocida entidad en la materia. Nos dieron una introducción fascinante a los ingredientes esenciales de la cocina tailandesa haciéndonos oler o probar cada uno de ellos y mostrándonos la manera de utilizarlos. Nos enseñaron 6 platos:
Sopa agridulce de langostinos
Curry verde con pollo
El famoso Phad Thai
Buñuelos de pescado con salsa de mani
Ensalada de pollo desmenuzado con cilantro y menta
y de postre,
Castañas al syrup con leche de coco
Mmmmm!!! Primero nos daban demostraciones grupales sazonadas con mucho humor, probábamos la preparación para luego conseguir ese sabor e inmediatamente, en nuestra propia estación de cocina, practicábamos la alquimia. Al finalizar cada plato, nos sentábamos a degustar lo que cada uno había preparado disfrutando además de las palmeras tropicales que rodeaban el lugar y el dulce cantar de los pájaros. ¡Seis horas inolvidables de creatividad y sabor!

miércoles, abril 11, 2007

Fotos de Laos

Desde nuestra cabaña en Vang Vieng
¡¡¡ Como tira el motorcito !!!
Luang Prabang
Si querés una, llamanos. Trajimos una selección.
Con los Grassi
Formaciones en el río
Taxi avícola
Parque Nacional de Luang Prabang Rezos de Oro
Nong Khiaw
Calle principal de Nong Khiaw
Caminando por Muang Ngoi Neua
Camino a las tribus
Tomate un whiskisito
Selva de Laos
Atardecer sobre Luang Namtha

lunes, abril 09, 2007

Las fotos que faltaban de Vietnam

A pedido del público: ¡¡¡el CHORRO!!!

La inolvidable Halong Bay

Sonriéndole a la cámara prestada El lago de D a Lat Conitos plantando
Ensalada de brócoli
Pollos completos...
Patchwork de Dalat

martes, marzo 27, 2007

Recapitulando: Laos

Desde Hanoi tomamos un bus eterno hasta Vientiane, la capital de Laos. Viajamos toda la noche apretados como sardinas, con gente durmiendo en el pasillo, bolsas de arroz y harina por todos lados, sin lugar para las piernas y los clásicos desperfectos técnicos que nos dejan varados en rutas desiertas por horas. A la mañana nos despertaron para cruzar la frontera. Nos encontramos con una horda de gente empujándose contra unas ventanillas, sosteniendo una mano en alto con billetes y gritando efusivos mientras se apretujaban unos a otros. Detrás de un mostrador, 3 oficiales observaban la escena tranquilamente. Cada tanto recibían algunos pasaportes y se tomaban su tiempo para sellarlos. No los devolvían si no había una propina por la “molestia” ocasionada. Así fue como tardamos dos horas en conseguir un sellito de Vietnam.
En Laos el trámite era del estilo “sírvase usted mismo”: había que ir de mostrador en mostrador averiguando qué catzo hacer y agarrando formularios que luego entregábamos en otras ventanillas. Por fin, volvimos a tomar el bus que no se detuvo para almorzar hasta las 2 de la tarde (¡ni la cena ni el desayuno habían sido contemplados!). El comedor era más o menos como la frontera: agarrabas un plato, entrabas a la cocina y te servías lo que podías entre cientos de manos que luchaban por un poco de arroz (acá es donde se nota la ventaja de tener brazos largos). Después, buscabas un lugar para sentarte y a la salida si encontrabas a alguien, le decías lo que habías comidos y pagabas. Nosotros no encontramos a nadie… Finalmente, a la tardecita llegamos a Vientiane, luego de 23 horas de viaje, que para completarla, estaba desbordada de turistas. Nos costó unas 2 horas de caminata con mochilas al hombro encontrar un lugar donde dormir. Al día siguiente, descubrimos una capital con ambiente de pueblo, sin edificios, con bastantes cafecitos y hoteles y una costanera que se llena de puestitos de comida improvisados al borde del Mekong ¡aunque extremadamente calurosa!
Nuestro próximo destino fue Vang Vieng. A penas bajamos del micro, nos reencontramos con los Grassi que estaban paseando en bici. Quedamos en cenar juntos esa noche y nos fuimos a buscar un hospedaje cerca del río. Encontramos unas cabañas hermosas a la vera del Nam Xong, con aire acondicionado, un regio balcón y una vista espectacular. En la cena nos pusimos al día con las historias de las últimas tres semanas, los franceses nos contaron sobre Laos y nosotros sobre Vietnam. La pasamos muy bien juntos, como reencontrarnos con viejos amigos. Al otro día, fuimos a hacer tubing con ellos, que no es más que tirarse en gomón por el río y dejarse llevar por la corriente. En el camino vas encontrando bares con almohadones y hamacas que te ofrecen cerveza y desde donde también te podés tirar por tirolesas y trapecios al agua. El paisaje es fantástico, si bien el río estaba muy tranquilo por la temporada de poca agua, fue delicioso dejarse deslizar por entre montañas empinadas, rodeados de una vegetación fabulosa y enmarcados por un cielo azul hipnotizante.
Vang Vieng es un pueblo super tranquilo, con calles de tierra que culminan en montañas. De todos modos, se caracteriza por estar repleto de bares con plataformas de madera donde acomodan mesitas ratonas rodeadas de colchones. Caminando por la calle principal encontrás estos sitios llenos de gente recostada, tomando algo o comiendo frente a televisores de 29 pulgadas, por horas y horas, los llamados “narcoturistas”. ¡¡¡Gracias a estos muchachos es que existen los lugares de foto recovery !!! (no los vimos en ningún otro lugar). En nuestro último día en V.V, nos fuimos caminando hasta una granja orgánica que queda en las afueras, a unos 4 km. Almorzamos riquísimo en este lugar conocido por su servicio comunitario para el que recibe a voluntarios de todas partes del mundo. Estaba en nuestros planes quedarnos una o dos semanas a trabajar con ellos en los cultivos orgánicos, pero no nos dieron los tiempos.
En una van muy cómoda, con un conductor un poco tocado, zigzagueamos alocadamente por curvas pronunciadas hasta llegar a la bien ponderada Luang Prabang. Colonial, combinando estilo y glamour, verde y tranquila, de renombrada cocina, con uno de los mejores mercados textiles que hemos visto en el viaje, nos cautivó desde un primer momento. Es una pequeña ciudad que entre sus calles estrechas, llenas de plantas y flores, encierra cientos de “Wat” (templos budistas) y arquitectura china muy pintoresca. Está rodeada por un río que forma una curva cerrada y tiene una costanera muy bonita con cultivos que descienden hasta la orilla en ambas márgenes.
La primera noche cenamos en el mercado y esta vez, fueron los Grassi los que nos encontraron a nosotros. Luang Prabang tiene un encanto especial y lo disfrutamos los 6 días que estuvimos allí con caminatas, paseos en bici, tomando licuados en algún cafecito y haciendo algo de shopping. Con nuestros amigos compartimos los desayunos en un puestito de la calle frente al río donde ofrecían baguettes tostadas, con manteca y dulce, y café Laoita (¡de los mejores!). Además contratamos un bote juntos para pasear por el Mekong, visitar una caverna y un par de aldeas donde fabricaban whisky “Lao Lao”, papel artesanal y tejidos en telar. La segunda excursión que hicimos juntos fue un día de picnic en el parque nacional, un lugar de lo más selvático con una catarata preciosa. Pasamos la tarde zambulliéndonos en los piletones turquesas que se iban formando a lo largo del río. Tiene un pequeño zoológico con osos negros y tigres. Fue como pasar un par de días en familia.
Para viajar a Nong Khiaw pagamos un poco más y reservamos dos asientos en el único micro cerrado que iba en el día (los otros son simplemente camionetas, no muy cómodas para atravesar caminos de tierra). Cuando llegamos, lo habían sobrevendido y el bus se fue sin nosotros. Después de un rato de pataleo, conseguimos que nos ubicaran con el conductor en la cabina de la camioneta. Nong Khiaw es un poblado de tierra en medio de las montañas dividido al medio por el ancho río Nam Ou. No hay mucho para hacer más que un par de caminatas y balconear en las cabañas de bambú contemplando la naturaleza exuberante. Descansamos un par de días y seguimos viaje a Muang Ngoi Neua, otro caserío aislado que vive del río y la selva, sin autos ni electricidad (en realidad gracias a un generador teníamos electricidad y ruido 3 horas por día). Nos instalamos en unas cabañas donde nos enteramos al día siguiente que teníamos como vecinos a los Grassi. Fue nuestro tercer encuentro con ellos en Laos. Los días en Neua fueron de absoluto relax y disfrute del entorno. Jugamos a las “petancas” que son como las bochas pero más chicas (heredadas de la época de colonia francesa y que juegan los locales en todos lados), nadamos en el río y reposamos en hamacas. Esa fue nuestra despedida de nuestros amigos franceses, dado que nosotros íbamos rumbo al norte de Tailandia y ellos hacia Vietnam.
Como queríamos hacer un trekking de dos días para convivir con tribus del norte de Laos viajamos a Luang Namtha. A la mañana siguiente, cuando fuimos a la oficina de turismo, nos encontramos con un grupo de 4 personas que salía en ese instante a una caminata por 3 días. Era la única opción del momento o debíamos esperar a que se formara otro grupo. Ni lerdos ni perezosos, empacamos nuestros bártulos en 10 minutos y salimos a la aventura con 2 guías, Mr Choi y su asistente Lin, dos holandeses, Chris y Annet, Cami de USA y Heidi la austriaca. El primer día caminamos cuesta arriba 12 km atravesando selva y plantaciones de caucho y arroz. Almorzamos al reparo de cañas de bambú inmensas cubiertas de follaje utilizando como mesa hojas de plátano sobre la hojarasca. Cada uno sacó la bolsa de sticky rice que llevaba en su mochila para acompañar sabrosos vegetales, carnes y salsas que los guías desplegaron sobre las hojas. Llegamos al atardecer a la primera aldea. Los “Namtalam Kmu” viven de la misma forma, con las mismas costumbres, desde que migraron del sur de China hace algunos siglos. Aislados en las montañas, sin electricidad ni agua corriente, asentados a la orilla del río, se autoabastecen de sus propios cultivos y animales, tienen un jefe que los guía, consultan a su chamán por problemas de salud y optan por el animismo como religión, creen que los espíritus de sus antepasados los observan y protegen. Tradicionalmente cultivaban el opio, pero hoy en día ha sido reemplazado poco a poco por otros cultivos a través de un programa especial del gobierno.
Nos ubicaron a todos juntos en una choza de madera, nos higienizamos en el río, cocinaron para nosotros y luego de la cena, el segundo jefe vino a convidarnos unos tragos de Lao Lao para conocernos y que podamos hacerle preguntas sobre la tribu. El primer jefe no sabemos en que estado estaba, pero el segundo estaba "dibujado" Concluimos que el programa del gobierno todavía no le había tocado. El segundo día caminamos 20km dentro de la selva, que en Laos es salvaje, densa, virgen y magnífica. Solo el 25% de las tierras del país están cultivadas y la mayoría de la producción es para China que la intercambia por el tendido de rutas (demás está decir que son para llevarse la materia prima más rápido). Llegamos a la segunda aldea habitada por los “Nam Khone Lantan”. Su forma de vida es muy similar a la de la tribu anterior aunque no son originarios de China y difieren en los rasgos. Es curioso ver cómo las aldeas están circundadas por una especie de corral encerrando tanto las chozas construidas sobre palotes como a todos los animales sueltos (chanchos, gallinas, patos, búfalos y perros). Las vestimentas son parecidas a las de las tribus de Sapa en el norte de Vietnam, de color índigo. Esa noche nos visitó el primer jefe y tuvimos una conversación muy interesante en la que respondió a todas nuestras inquietudes, así como nosotros a las suyas. Luego hicieron una fogata y nos dieron a degustar una bebida hecha de la fermentación del arroz que se toma desde una vasija de barro de 5kg (con 3kg de arroz adentro) y unas mangueritas largas. El tercer día regresamos en una caminata de unos 12km por una selva aún más húmeda. A la noche nos reunimos a cenar con Cami, Annet y Chris con los que seguimos viaje al día siguiente rumbo al norte de Tailandia.
Curiosidades:
1) El sticky rice es arroz pegado que se come arrancando pequeñas bolitas con las manos y se lo moja en la salsa de turno.
2) Acá se come mucho pato y también huevos de gallina, por lo tanto, como hay madres gallina sin pollitos y patitos sin madre, las gallinas empollan los huevos de pato y después los toman como hijos. ¡¡¡Tierno, pero triste!!!

jueves, marzo 15, 2007

¡¡¡ Fotos recuperadas de Vietnam !!!

Nha Trang
Aquatic Life
En las nubes
Veredas vivero
Reflejo de Hoi An
Hoi An amarillo
¡ Hoi An en llamas !
Puente Chino
Hanoi antes del suceso...
Vida interior - Sapa
Arroz con Sapa
Filtraciones de Sapa
Arte Sapero
¡¡¡ Sapitas al ataque !!!!
Viejos son los trapos
Sapiiiiiito

domingo, marzo 04, 2007

¡Luz, cámara, acción!

Sapa está emplazada en medio de las montañas más altas de Vietnam. Entre sus calles empinadas se descubre un lago rodeado de pequeñas casas que trepan por los alrededores. Existen varias tribus autóctonas que todavía viven y trabajan en las plantaciones de arroz en terrazas. Son conocidas por sus trabajos textiles que coloridos y bordados se transforman en carteras, mantas, cinturones, almohadones y camisas. Las madres y las nenas, vestidas con sus ropajes típicos teñidos en índigo, deambulan por el pueblo ofreciendo sus artesanías que llevan en canastos-mochila colgados de la espalda. Estas vendedoras, que ninguna supera el 1,30m de altura, utilizan una técnica de venta muy particular: si mostrás interés por algún ítem en especial, enseguida te rodean en grupo mostrándote las mil alternativas que tenés del mismo objeto y están dispuestas a seguirte hasta que elijas por lo menos una.
Nos internamos por cañadones, siguiendo caminos que cortaban la ladera de la montaña con un río corriendo a sus pies. Las terrazas de arroz llegaban hasta el horizonte resaltando pequeñas aldeas desperdigadas. Nos fuimos esfumando cada vez más en ese paisaje que, ancestral e inalterable, repite en ciclos la belleza que encontró hace tiempo. Caminamos con guías del lugar para conocer distintas tribus y aprender algunas de sus costumbres. Aunque a primera vista parezcan llevar todos el mismo atuendo, hay pequeñas diferencias como el tamaño de los aros, el estilo del bordado o algún otro detalle ínfimo que indica a qué aldea pertenecen. Cada uno de estos grupos tiene su propio territorio, curiosamente su propia lengua y por lo tanto, para comunicarse entre personas que viven a una montaña de distancia, deben recurrir a un tercer idioma (el vietnamita que aprenden en la escuela). Viven en casas estilo establo: piso de tierra, paredes de madera, puerta en medio del rectángulo. Para un lado está la cocina, que consiste en un fogón y unas cuantas ollas, y del otro lado cuelga algún animal carneado, generalmente un chancho. El único sector cerrado de la casa es la habitación que se encuentra en alguna de las esquinas de atrás. Ahí duerme toda la familia (los hijos hasta los 15 años duermen con sus padres). También hay dos entrepisos a ambos lados, en uno almacenan el arroz para todo el año y en el otro, que sirve de techo a la cocina, secan los choclos colgados en hilera para luego hacer harina. En una de las casas nos mostraron cómo secaban marihuana que utilizan para hacer telas y medicina. Nuestra guía, que era miembro de una tribu, llevaba en su atuendo un chaleco largo, índigo, con cierto brillo que estaba hecho con canabis. En una de las caminatas estuvimos acompañados por una familia hindú: Umesh, Hema y sus gemelas de 3 años, Rishika y Rithika, que viven hace unos años en Vietnam. Charlamos todo el día recordando juntos la encantadora India.
Nos hospedamos en un hotel alpino con ventanales y balcones hacia las montañas esculpidas con terrazas de arroz donde comimos delicioso y disfrutamos de dos días de confort. Antes de partir, cerca de la estación, nos encontramos con Mauro y Elisa con quienes compartimos la cena charlando de las aventuras en Sapa e intercambiando coordenadas. Esta vez no tuvimos problemas con el tren y nos instalaron en un camarote divino.
A las 5 de la mañana, llegamos a la estación de trenes de Hanoi. Cansados y con sólo tres horas sandwich hasta la próxima excursión, que salía esa misma mañana a Halong Bay, aceptamos la primera oferta de transporte. Tomamos dos motos hasta la agencia que nos había vendido ambos paquetes. Los conductores, simpáticos y charlatanes, nos pidieron poner las mochilas chicas adelante, entre sus piernas, por un tema de equilibrio y comodidad. Como ya lo habíamos hecho en otras ocasiones, aceptamos, aunque un poco a desgano. Conduciendo por calles oscuras y tardando más de la cuenta, empezamos a sospechar que algo raro pasaba. Además, cada tanto uno de los conductores se atrasaba intencionalmente. Los hicimos parar, volvimos a mostrarles la dirección y nos pusimos firmes en que nos llevaran directo o nos tomábamos otra cosa. Cambiaron el rumbo y de repente, empezaron a apurarse. Nos dejaron en la esquina, sin llegar hasta la puerta, nos dieron los bolsos y salieron a toda velocidad antes de que pudiéramos pagarles. Sorprendidos porque teníamos todas las mochilas, nos fijamos adentro de las de mano y ¡nos habían robado la cámara con las fotos de todo Vietnam! Además, con mucha habilidad, se tomaron el trabajo de abrir la billetera, sacar lo que les servía y no llevársela entera (¡donde estaban los pasaportes!). Se llevaron solo un traveller o cheque de viajero, ya que por suerte nos habíamos gastado hasta el último "dong" en Sapa. Para colmo, en Hanoi todo estaba cerrado, inclusive la agencia con la que hacíamos la próxima excursión. Tocamos la puerta hasta que logramos despertarlos, los veíamos dormir ahí mismo en el suelo de la agencia. Después de abrirnos nos sentaron en una escalera y siguieron durmiendo, mientras nosotros masticando bronca tratábamos de consolarnos el uno al otro.
Apenas abrió un negocio de la vuelta, llamamos a American Express para denunciar el cheque robado y 5 minutos más tarde salimos, todavía shoqueados, para Halong Bay. Durante las 3 horas de viaje a Halong City fue difícil olvidarse del tema y las imágenes del momento volvían como flashes profundizando la impotencia que sentíamos. Una vez que subimos al barco, nos sentamos a almorzar con una pareja de catalanes en sus 4o y pico. Les contamos el episodio, entre otras cosas del viaje, y la verdad que fue un desahogo poder hablar con alguien que entendiera el mismo idioma. Ellos eran Amelia y Josep de Lleida, cerca de Barcelona. Luego del almuerzo, en el deck del barco, conocimos a Araceli de España y su pareja Wouter de Holanda que hablaba castellano perfecto porque viven juntos en Tarifa. Ambos escucharon lo que nos había pasado y los 4 se ofrecieron a sacarnos fotos durante la excursión y enviárnoslas por mail (¡mil gracias, las esperamos ansiosos!)
El barco, todo en madera, tenía 8 camarotes en la parte de abajo, un comedor-cocina en la parte central y una terraza con reposeras en el piso superior. Cerca de unas 3000 islas de variadas formas y tamaños pueblan la bahía. Son como rocas gigantes, cubiertas en parte por vegetación, que emergen vertiginosas cortando la superficie de un mar tan calmo e inmóvil que transmite la sensación de lago. La primera parada fue para conocer una cueva en una de estas islas. Al ingresar, descubrimos un espacio enorme, como si toda la montaña fuera una cáscara rugosa y dura que protege un mundo interior inimaginado. Columnas gruesas y góticas, con relieves extravagantes, se erigen naturalmente pareciendo sostener la montaña misma, permitiendo que estalactitas y estalacmitas formadas lentamente durante miles de años se luzcan bellísimas con la dureza de la piedra y la movilidad del agua. Seguimos nuestro rumbo esquivando islas y admirando ese lugar de encanto. Vimos el atardecer en la terraza, luego cenamos con las dos parejas amigas que, sin quererlo y junto con el paisaje, nos hicieron olvidar el robo de la cámara. Después de observar las estrellas un rato, flotando entre esas islas que se intuían en la oscuridad, nos fuimos a nuestro camarote contentos.
Luego del desayuno, tuvimos la excursión en kayak. Remar entre esas cabezas de piedra nos hacía imaginar que alguna vez fueron montañas altísimas y que hoy el mar nos permite navegar a la altura de sus cumbres. El sonido del remo en el agua, el canto de los pájaros y el misterio de la naturaleza circundante fueron el entorno ideal para dejarnos sorprender una vez más. Con los kayaks tuvimos acceso a bahías ocultas en el corazón de las montañas. Cruzamos un túnel por el que llegamos a este remanso silencioso donde nos quedamos observando los juegos de un mono y un cuervo sobre un árbol. Regresamos, almorzamos en el puerto y volvimos en bus hasta Hanoi. A la noche, cenamos con Araceli, Wouter, Amelia y Josep para despedirnos.
Para no salir sin cámara hacia Laos, corrimos nuestro pasaje un par de días y permanecimos en Hanoi. El primer día hicimos una ronda de búsqueda, pero como todavía era feriado por el Año Nuevo Chino muy pocos negocios estaban abiertos y decidimos esperar al día siguiente. El segundo día, temprano a la mañana, fuimos a la calle "Libertad" de Hanoi donde habíamos visto casas que intuíamos vendían cámaras usadas. En la PRIMERA que entramos, vimos expuesta en la vidriera ¡¡¡NUESTRA Olympus C7070!!!! Apenas la reconocimos, el corazón nos empezó a latir a mil. Le hicimos algunas preguntas al hombre del negocio para sacarnos las dudas, le pedimos accesorios y así fue sacando una a una las pruebas del delito hasta que finalmente nos mostró el estuche NIKON que nos había dado Hong I al vendernos la cámara, que como no era el original era inconfundible. Se nos aflojaron las piernas mientras en castellano tirábamos alternativas a la velocidad de la luz estudiando los escenarios posibles. Probamos la cámara y vimos que estaba tal cual, pero con todas nuestras fotos borradas. Nos pidió un precio excesivo, regateamos un poco y nos fuimos para descomprimirnos diciendo que lo ibamos a pensar. Dimos 200 vueltas a la manzana analizando si llamábamos a la policía, si nos llevábamos la cámara de prepo o si hacíamos una contra-oferta para recuperarla. Sabíamos que esta gente operaba como mafia (cuando estábamos en el negocio ya había 4 personas relojeándonos), que no jugábamos de local y que además, había un puesto de policía en la esquina quienes seguramente no ignoraban el mercado negro que se desarrollaba ante sus narices. Terminamos pagando la mitad de lo que nos salía una nueva, inferior a la nuestra y sin accesorios. Con la cámara en mano, le dijimos al tipo que era la que nos habían robado hacía 4 días y que tuvo suerte de que no tuviéramos tiempo de hacer la denuncia (el micro a Laos salía a las pocas horas). Usó la técnica mundial de hacerse el boludo, el que no entendía el idioma, y nos despidió con una gran sonrisa inclinándose hacia adelante con las manos palma con palma a la altura del corazón (anjali mudra). Apesar del mal trago, nos fuimos contentos.
Pero la historia no termina ahí... Dos días más tarde, en Laos, saludamos a unas chicas, que solo conocíamos de vista de algún viaje en bus, y charlando unos minutos nos contaron que en un pueblito cercano habían visto un cartel de "photo recovery" (?). Al otro día, fuimos a ese pueblito y believe it or not, ¡¡¡recuperamos las FOTOS BORRADAS!!!! ¡Inclusive tenemos una foto del ladrón que se la sacó para probar la cámara!
Curiosidad:
1) En las tribus de Sapa, cuando una rama de árbol cuelga del techo de una casa significa que por algún motivo está absolutamente prohibido entrar...¡¡¡ a riesgo de muerte!!!

viernes, marzo 02, 2007

Hacia el norte de Vietnam

Da Lat:
La ciudad de la eterna primavera está rodeada de bosques en medio de las montañas. Por sus intrincadas callejuelas con subidas, bajadas y curvas que te devuelven al mismo lugar, se ven casas de colores y arquitectura Kitsch. Es curioso como en Da Lat el campo se entremezcla con la ciudad. Detrás de las casas, los cultivos e invernaderos de flores se confunden con los patios.
En moto recorrimos los alrededores comenzando por el Parque Nacional Lang Bian que luce 4 picos volcánicos. Caminamos hasta el mirador más alto entre medio del bosque y una vez arriba, disfrutamos de un tecito con galletas en la confiteria del Parque observando las vistas espléndidas del valle y la ciudad. Luego bordeamos todo el poblado y nos internamos en el bosque para deleitarnos con una de las hermosas cataratas que ofrece Da Lat. Volvimos a la tarde y aprovechamos la moto para dar varias vueltas por la city.
Al otro día, después de recorrer el mercado, nos fuimos de pic-nic al lago que descansa en el centro del pueblo y nos pasamos el día bajo un árbol leyendo, escribiendo y viendo la gente pasar.
Nha Trang:
Es la playa turística más importante de Vietnam donde abundan las escuelas de buceo, los pubs, los packs turísticos a las islas y el snorkling. Conseguimos un hotelito simpático frente a la playa, ideal para nuestro ir y venir evitando las horas de más calor. Además de este "placentero no hacer nada playero" tomamos una excursión en bote para recorrer algunas islas. Pudimos hacer snorkling sobre hermosos corales habitados por cientos de peces de colores (¡encontramos a Nemo!), probamos el vino vietnamita en un bar acuático (frutado y berretón) y nos asoleamos en algunas playitas lindas.
Para culminar con la vida difícil de Nha Trang, nos castigamos el último día en un Spa sumergiéndonos en tinas de barro con aroma a eucaliptus, duchas vietamitas de alta presión y piscinas termales rodeadas de reposeras acolchadas bajo sombrillas de paja.
Hoi An:
Después de tanto relax, pasar unas 14 horas en un micro incómodo escuchando a una española quejarse a los gritos con una verborragia digna de un logrado personaje de Almodóvar, nos devolvió al ritmo de viaje.
Nos hospedamos en el casco viejo del pueblo a pocas cuadras del río. Hoi An es colonial y atractiva; con casas de dos plantas y balcones de madera en el primer piso, zigzagea en tonos amarillos al borde del agua. Por las noches, despierta el romanticismo invitando a sus huéspedes a cenar a la luz de las velas contemplando los reflejos nocturnos sobre el río. También conocida por sus 200 sastrerías, las ofertas de trajes y vestidos de seda a medida están en cada esquina. A la par se lucen los bares y cafecitos acomodados en casas antiguas con techos chinos.
También conocimos las Ruinas Cham, con fuerte influencia del hinduismo, que se volvieron más ruinas todavía después del bombardeo norteamericano durante la guerra. En algunos lugares se pueden ver aún los pozos que dejaron las bombas.
Con los preparativos para el año nuevo chino, la ciudad se llenó de flores y arbolitos de naranja. Reciben el nuevo año decorando las casas y los negocios con plantas, haciendo ofrendas de comida y dinero a los dioses, comprándose ropa nueva y cortándose el pelo. Paseando en bici un día antes del gran evento, nos deleitamos con las veredas transformadas en viveros, con gente yendo y viniendo cargando flores y arbustos sobre sus motos y observando divertidos las colas que se formaban ¡afuera de las peluquerías!
Hanoi:
Nos instalamos cerca del lago central, eje de los festejos nocturnos por la llegada del Año del Chancho. Después de descansar un rato, salimos a averiguar cómo ir a Sapa y a Halong Bay que eran los lugares por los que principalmente queríamos conocer el norte de Vietnam. Lo que nos enteramos fue que en Hanoi todo iba a estar cerrado por 4 días (culpa del cochino), que a la bahía de Halong se podía salir cualquier día, que a Sapa sólo se llegaba en tren y que los dos únicos pasajes disponibles dentro de los días planeados en Hanoi eran esa misma noche de año nuevo. Así fue como en una decisión relámpago, compramos un paquete para irnos a la noche a Sapa, regresar el tercer día a la madrugada y continuar en barco durante dos días por Halong Bay, para finalmente volver unas horitas a Hanoi y viajar a Laos en bus nocturno (maratón, pero cerraba).
El único problemita que tuvimos fue dejar el hotel donde nos habíamos hospedado esa mañana y lidear con el enfadó del dueño, que aunque le habíamos pagamos la noche nos hizo una escena de celos. Por suerte llegamos a la estación dos horas antes de que saliera nuestro tren. Cuando anunciaron que ya estaba en el andén, vimos a la gente correr en manada, mientras que nosotros nos lo tomamos con tranquilidad porque teníamos asignado un camarote de lujo (¡epa!). La sorpresa fue cuando descubrimos que nuestro habitáculo estaba tomado por una familia vietnamita. Nos tuvieron una hora reloj corriendo de vagón en vagón para intentar meternos en algún lugar, con propuestas disparatadas como ubicarnos en el staff room junto a los artículos de limpieza, las toallas y los vasitos descartables. ¡Hasta nos ofrecieron dinero para que aceptáramos! Después de pelearnos con medio mundo y cuando estábamos al borde de quedarnos abajo, apareció alguien que milagrosamente nos ubicó en un camarote victoriano, con paredes recubiertas en madera, colchones gordos, aire acondicionado y veladores acogedores (¡lujo asiático!). Lo compartimos con Mauro y Elisa, dos italianos de nuestra edad que están viviendo en Vietnam por un año, con los que charlamos de forma amena sobre nuestras vidas hasta quedarnos fritos después de tantas corridas.
Curiosidades comida:
1) A los pollos los cocinan con cabeza y patas. En el mercado los ofrecen todos acostaditos sobre una mesa (parace que estuvieran durmiendo)
2) Los pescados y las anguilas sin duda son frescos: los tienen vivos en palanganas y te los matan cuando los comprás.

jueves, febrero 22, 2007

Primeras fotos de Vietnam

Preparados, listos....YA!!
Cruzá si sos guapo Vietnamitas Pashmina nueva Diva del Mekong
Niños y bote canasta en Mui Né
Barquitos al atardecer
Charla de mujeres-cono
Convención de sombreritos
Entre conos
Dunas blancas de Mui Né
Sombras en las dunas...rojas, naranjas o amarillas?