Sapa está emplazada en medio de las montañas más altas de Vietnam. Entre sus calles empinadas se descubre un lago rodeado de pequeñas casas que trepan por los alrededores. Existen varias tribus autóctonas que todavía viven y trabajan en las plantaciones de arroz en terrazas. Son conocidas por sus trabajos textiles que coloridos y bordados se transforman en carteras, mantas, cinturones, almohadones y camisas. Las madres y las nenas, vestidas con sus ropajes típicos teñidos en índigo, deambulan por el pueblo ofreciendo sus artesanías que llevan en canastos-mochila colgados de la espalda. Estas vendedoras, que ninguna supera el 1,30m de altura, utilizan una técnica de venta muy particular: si mostrás interés por algún ítem en especial, enseguida te rodean en grupo mostrándote las mil alternativas que tenés del mismo objeto y están dispuestas a seguirte hasta que elijas por lo menos una.
Nos internamos por cañadones, siguiendo caminos que cortaban la ladera de la montaña con un río corriendo a sus pies. Las terrazas de arroz llegaban hasta el horizonte resaltando pequeñas aldeas desperdigadas. Nos fuimos esfumando cada vez más en ese paisaje que, ancestral e inalterable, repite en ciclos la belleza que encontró hace tiempo. Caminamos con guías del lugar para conocer distintas tribus y aprender algunas de sus costumbres. Aunque a primera vista parezcan llevar todos el mismo atuendo, hay pequeñas diferencias como el tamaño de los aros, el estilo del bordado o algún otro detalle ínfimo que indica a qué aldea pertenecen. Cada uno de estos grupos tiene su propio territorio, curiosamente su propia lengua y por lo tanto, para comunicarse entre personas que viven a una montaña de distancia, deben recurrir a un tercer idioma (el vietnamita que aprenden en la escuela). Viven en casas estilo establo: piso de tierra, paredes de madera, puerta en medio del rectángulo. Para un lado está la cocina, que consiste en un fogón y unas cuantas ollas, y del otro lado cuelga algún animal carneado, generalmente un chancho. El único sector cerrado de la casa es la habitación que se encuentra en alguna de las esquinas de atrás. Ahí duerme toda la familia (los hijos hasta los 15 años duermen con sus padres). También hay dos entrepisos a ambos lados, en uno almacenan el arroz para todo el año y en el otro, que sirve de techo a la cocina, secan los choclos colgados en hilera para luego hacer harina. En una de las casas nos mostraron cómo secaban marihuana que utilizan para hacer telas y medicina. Nuestra guía, que era miembro de una tribu, llevaba en su atuendo un chaleco largo, índigo, con cierto brillo que estaba hecho con canabis. En una de las caminatas estuvimos acompañados por una familia hindú: Umesh, Hema y sus gemelas de 3 años, Rishika y Rithika, que viven hace unos años en Vietnam. Charlamos todo el día recordando juntos la encantadora India.
Nos hospedamos en un hotel alpino con ventanales y balcones hacia las montañas esculpidas con terrazas de arroz donde comimos delicioso y disfrutamos de dos días de confort. Antes de partir, cerca de la estación, nos encontramos con Mauro y Elisa con quienes compartimos la cena charlando de las aventuras en Sapa e intercambiando coordenadas. Esta vez no tuvimos problemas con el tren y nos instalaron en un camarote divino.
A las 5 de la mañana, llegamos a la estación de trenes de Hanoi. Cansados y con sólo tres horas sandwich hasta la próxima excursión, que salía esa misma mañana a Halong Bay, aceptamos la primera oferta de transporte. Tomamos dos motos hasta la agencia que nos había vendido ambos paquetes. Los conductores, simpáticos y charlatanes, nos pidieron poner las mochilas chicas adelante, entre sus piernas, por un tema de equilibrio y comodidad. Como ya lo habíamos hecho en otras ocasiones, aceptamos, aunque un poco a desgano. Conduciendo por calles oscuras y tardando más de la cuenta, empezamos a sospechar que algo raro pasaba. Además, cada tanto uno de los conductores se atrasaba intencionalmente. Los hicimos parar, volvimos a mostrarles la dirección y nos pusimos firmes en que nos llevaran directo o nos tomábamos otra cosa. Cambiaron el rumbo y de repente, empezaron a apurarse. Nos dejaron en la esquina, sin llegar hasta la puerta, nos dieron los bolsos y salieron a toda velocidad antes de que pudiéramos pagarles. Sorprendidos porque teníamos todas las mochilas, nos fijamos adentro de las de mano y ¡nos habían robado la cámara con las fotos de todo Vietnam! Además, con mucha habilidad, se tomaron el trabajo de abrir la billetera, sacar lo que les servía y no llevársela entera (¡donde estaban los pasaportes!). Se llevaron solo un traveller o cheque de viajero, ya que por suerte nos habíamos gastado hasta el último "dong" en Sapa. Para colmo, en Hanoi todo estaba cerrado, inclusive la agencia con la que hacíamos la próxima excursión. Tocamos la puerta hasta que logramos despertarlos, los veíamos dormir ahí mismo en el suelo de la agencia. Después de abrirnos nos sentaron en una escalera y siguieron durmiendo, mientras nosotros masticando bronca tratábamos de consolarnos el uno al otro.
Apenas abrió un negocio de la vuelta, llamamos a American Express para denunciar el cheque robado y 5 minutos más tarde salimos, todavía shoqueados, para Halong Bay. Durante las 3 horas de viaje a Halong City fue difícil olvidarse del tema y las imágenes del momento volvían como flashes profundizando la impotencia que sentíamos. Una vez que subimos al barco, nos sentamos a almorzar con una pareja de catalanes en sus 4o y pico. Les contamos el episodio, entre otras cosas del viaje, y la verdad que fue un desahogo poder hablar con alguien que entendiera el mismo idioma. Ellos eran Amelia y Josep de Lleida, cerca de Barcelona. Luego del almuerzo, en el deck del barco, conocimos a Araceli de España y su pareja Wouter de Holanda que hablaba castellano perfecto porque viven juntos en Tarifa. Ambos escucharon lo que nos había pasado y los 4 se ofrecieron a sacarnos fotos durante la excursión y enviárnoslas por mail (¡mil gracias, las esperamos ansiosos!)
El barco, todo en madera, tenía 8 camarotes en la parte de abajo, un comedor-cocina en la parte central y una terraza con reposeras en el piso superior. Cerca de unas 3000 islas de variadas formas y tamaños pueblan la bahía. Son como rocas gigantes, cubiertas en parte por vegetación, que emergen vertiginosas cortando la superficie de un mar tan calmo e inmóvil que transmite la sensación de lago. La primera parada fue para conocer una cueva en una de estas islas. Al ingresar, descubrimos un espacio enorme, como si toda la montaña fuera una cáscara rugosa y dura que protege un mundo interior inimaginado. Columnas gruesas y góticas, con relieves extravagantes, se erigen naturalmente pareciendo sostener la montaña misma, permitiendo que estalactitas y estalacmitas formadas lentamente durante miles de años se luzcan bellísimas con la dureza de la piedra y la movilidad del agua. Seguimos nuestro rumbo esquivando islas y admirando ese lugar de encanto. Vimos el atardecer en la terraza, luego cenamos con las dos parejas amigas que, sin quererlo y junto con el paisaje, nos hicieron olvidar el robo de la cámara. Después de observar las estrellas un rato, flotando entre esas islas que se intuían en la oscuridad, nos fuimos a nuestro camarote contentos.
Luego del desayuno, tuvimos la excursión en kayak. Remar entre esas cabezas de piedra nos hacía imaginar que alguna vez fueron montañas altísimas y que hoy el mar nos permite navegar a la altura de sus cumbres. El sonido del remo en el agua, el canto de los pájaros y el misterio de la naturaleza circundante fueron el entorno ideal para dejarnos sorprender una vez más. Con los kayaks tuvimos acceso a bahías ocultas en el corazón de las montañas. Cruzamos un túnel por el que llegamos a este remanso silencioso donde nos quedamos observando los juegos de un mono y un cuervo sobre un árbol. Regresamos, almorzamos en el puerto y volvimos en bus hasta Hanoi. A la noche, cenamos con Araceli, Wouter, Amelia y Josep para despedirnos.
Para no salir sin cámara hacia Laos, corrimos nuestro pasaje un par de días y permanecimos en Hanoi. El primer día hicimos una ronda de búsqueda, pero como todavía era feriado por el Año Nuevo Chino muy pocos negocios estaban abiertos y decidimos esperar al día siguiente. El segundo día, temprano a la mañana, fuimos a la calle "Libertad" de Hanoi donde habíamos visto casas que intuíamos vendían cámaras usadas. En la PRIMERA que entramos, vimos expuesta en la vidriera ¡¡¡NUESTRA Olympus C7070!!!! Apenas la reconocimos, el corazón nos empezó a latir a mil. Le hicimos algunas preguntas al hombre del negocio para sacarnos las dudas, le pedimos accesorios y así fue sacando una a una las pruebas del delito hasta que finalmente nos mostró el estuche NIKON que nos había dado Hong I al vendernos la cámara, que como no era el original era inconfundible. Se nos aflojaron las piernas mientras en castellano tirábamos alternativas a la velocidad de la luz estudiando los escenarios posibles. Probamos la cámara y vimos que estaba tal cual, pero con todas nuestras fotos borradas. Nos pidió un precio excesivo, regateamos un poco y nos fuimos para descomprimirnos diciendo que lo ibamos a pensar. Dimos 200 vueltas a la manzana analizando si llamábamos a la policía, si nos llevábamos la cámara de prepo o si hacíamos una contra-oferta para recuperarla. Sabíamos que esta gente operaba como mafia (cuando estábamos en el negocio ya había 4 personas relojeándonos), que no jugábamos de local y que además, había un puesto de policía en la esquina quienes seguramente no ignoraban el mercado negro que se desarrollaba ante sus narices. Terminamos pagando la mitad de lo que nos salía una nueva, inferior a la nuestra y sin accesorios. Con la cámara en mano, le dijimos al tipo que era la que nos habían robado hacía 4 días y que tuvo suerte de que no tuviéramos tiempo de hacer la denuncia (el micro a Laos salía a las pocas horas). Usó la técnica mundial de hacerse el boludo, el que no entendía el idioma, y nos despidió con una gran sonrisa inclinándose hacia adelante con las manos palma con palma a la altura del corazón (anjali mudra). Apesar del mal trago, nos fuimos contentos.
Pero la historia no termina ahí... Dos días más tarde, en Laos, saludamos a unas chicas, que solo conocíamos de vista de algún viaje en bus, y charlando unos minutos nos contaron que en un pueblito cercano habían visto un cartel de "photo recovery" (?). Al otro día, fuimos a ese pueblito y believe it or not, ¡¡¡recuperamos las FOTOS BORRADAS!!!! ¡Inclusive tenemos una foto del ladrón que se la sacó para probar la cámara!
Curiosidad:
1) En las tribus de Sapa, cuando una rama de árbol cuelga del techo de una casa significa que por algún motivo está absolutamente prohibido entrar...¡¡¡ a riesgo de muerte!!!