Sabores del norte de Tailandia
Escuchamos que el cruce de frontera entre Laos y Tailandia estaba en condiciones calamitosas. Desde Luang NamTha se podía tomar un mini bus local por 8 horas o un barco pequeño que tardaba todo el día. Apostamos al primer bus de la mañana. Nos juntamos a desayunar bien temprano con los chicos y repartimos tareas: Annet y Cami fueron al banco a cambiar los “kips” que nos sobraban mientras nosotros y Chris comprábamos los boletos en la estación y reservábamos lugares en el cole. Una hora antes de la partida, nos pareció un lapso prudente para anticiparnos y no tener que viajar parados… pero no fue suficiente. Llegamos a las 8:30 de la mañana y el bus ¡estallaba de gente! Habían ido a empollar los asientos de un colectivo que recién partía a las 9:30, ¡a las 7 am! Desalmados, nos sentamos a esperar el siguiente: 12 del mediodía. Pero en el ínterin, se nos acercó un gordito con cara de tránsfuga a ofrecernos una combi privada que todavía no había llegado. Nos prometió sólo una hora de espera y cobrarnos el mismo precio que el local. Como muchas no eran las alternativas, juntamos a un grupo de 9 turistas interesados para llenar más rápido la van. De todos modos, la combi no llegó a la hora dispuesta, sino después de 2 horas y media, como es de esperar en estas culturas…
Después de más de 5 meses de viaje en Oriente, llegamos a la conclusión de que el tiempo aquí se rige por otra métrica. Todo lleva siempre más tiempo. Lo que te prometen, sin excepción se duplica y lo que uno planea, se cuadriplica en horas. Da la sensación de que uno arrastra la vida en vez de caminar con ella. Te confunde, te detiene, hasta te frustra mientras no lo aceptes, pero finalmente te enseña el gran valor de la paciencia. Tal vez por eso la meditación ha nacido en este lado del mundo ¡para dotarlos de paciencia! Sin duda, aquí los días tienen más horas y las horas más minutos. Y uno sin querer entra en este letargo magnífico, en donde el pulso no es una corchea sino una blanca, en donde uno se descubre mirando el horizonte varias veces por día y hasta se acuerda de respirar más profundo.
Por fín, llegó la traffic (preciosa, para nuestra sorpresa) que nos ofreció un viaje cómodo, ágil y relajado. Llegar a la frontera nos llevó un suspiro de módicas 4 horas durante las que fuimos afianzando relaciones con algunos pasajeros. El tranfuguín terminó siendo un tipo simpático que recién volvía de su primera vez fuera del país. Gracias a la generosidad de un amigo francés, había ido a visitar la China y volvía entusiasmado como un niño con ese nuevo mundo del viajar brillándole en los ojos. Podía comunicarse bien en inglés y por eso ayudaba a su hermano, que no entendía una palabra, consiguiéndole turistas para su transporte. Viajó con nosotros para volver a su casa, justo en la frontera con Tailandia. Con los otros que hicimos migas, fue con Matías y Valerie de Bélgica. Habían comenzado su viaje el mismo día que nosotros, el 1 de Octubre, y para colmo habíamos recorrido prácticamente los mismos lugares tanto en la India como en el sudeste Asiático, con la diferencia de una semana. El, diseñador gráfico, con un costado negociante que lo había llevado a comprar kilos de alhajas en plata y un container de almohadones triangulares, que acá son el último grito de la moda. Ella, restauradora de vitraux antiguo, con inclinaciones hacia la moda heredadas de su madre y abuela, quienes habían sido grandes modistas de sus tiempos.
Al río que separa Laos de Tailandia lo cruzamos en el último bote del día. Nos buscamos un hotel del lado Thai y a la noche, nos fuimos de copas con los belgas. Nos divertimos muchísimo descubriendo que teníamos tanto en común como el mismo viaje que nos había hecho amigos, aunque él tuviera rastas hasta la cintura y ella pareciera una muñequita de porcelana. Al día siguiente, cada uno siguió su rumbo y el nuestro fue Chiang Mai.
En la ciudad más importante del norte de Tailandia se puede, entre otras cosas, practicar meditación, hacer cursos de cocina profesionales, pasear en bicicleta, conocer los cientos de “Wat” que destellan en dorado y caminar por innumerables “Soi” (callejuelas) que zigzaguean por entre las manzanas de la ciudad amurallada.
Como era de esperar viniendo de dos amantes de la buena cocina, nos abocamos a aprender los secretos perfumados de la comida Thai en un intenso día de práctica y empache en Chiang Mai Thai Cookery School, la más antigua y reconocida entidad en la materia. Nos dieron una introducción fascinante a los ingredientes esenciales de la cocina tailandesa haciéndonos oler o probar cada uno de ellos y mostrándonos la manera de utilizarlos. Nos enseñaron 6 platos:
Sopa agridulce de langostinos
Curry verde con pollo
El famoso Phad Thai
Buñuelos de pescado con salsa de mani
Ensalada de pollo desmenuzado con cilantro y menta
y de postre,
Castañas al syrup con leche de coco
Mmmmm!!! Primero nos daban demostraciones grupales sazonadas con mucho humor, probábamos la preparación para luego conseguir ese sabor e inmediatamente, en nuestra propia estación de cocina, practicábamos la alquimia. Al finalizar cada plato, nos sentábamos a degustar lo que cada uno había preparado disfrutando además de las palmeras tropicales que rodeaban el lugar y el dulce cantar de los pájaros. ¡Seis horas inolvidables de creatividad y sabor!