domingo, noviembre 19, 2006

Cumple DeAgus y DeWali

El cumple comenzó en una dhaba perdida en medio de la ruta a Manali, donde nos pedimos un chai para matar el frío y dos chapatis recién horneados en el tandoori. Eran las 2 de la mañana cuando el hombre de los panes apareció con una fuente de masa enorme, como para un batallón. Mientras cambiaban la rueda del bus y el chofer terminaba de cenar, el panadero hindú colmó la atención de los pocos presentes haciendo un gran despliegue de su arte. Rodeando el tandoori con bollos enharinados y cantidades industriales de panes humeantes, inspirado tal vez por una tele de fondo que hacía sonar un enérgico musical indio, el tipo cumplía su tarea heroica sin interrupción. Cuando nos acercamos tímidos a comprarle un par, tentados por el aroma, pero también como para justificar tanto esfuerzo a esas horas quietas de la noche, nos relojeó de costado, nos regaló un par de panes y se llevó todo su circo adentro…
Llegamos a Manali a las 6 am y nos alojamos en “Vashisht”, ubicado en la ladera de la montaña frente a Old Manali, en una cabaña de piedra y madera preciosa con un ventanal de 4 metros que enmarcaba el río, los bosques y los picos nevados más bellos de la zona.
Para comenzar temprano con los festejos de ese día cumpleañero, nos buscamos un cafecito con terraza a pleno sol y nos dimos un banquete que profundizó las sonrisas en nuestros semblantes. Desde Rainbow Café veíamos las aguas termales públicas donde se bañaban algunos hombres en calzoncillos o con chiripás muy graciosos. Un poco más allá, las mujeres lavaban la ropa y grandes telas rojas y naranjas que flameaban al viento. Al lado, había un templo de madera con piletas termales privadas. y rodeádolo, los techos de las casas cubiertos de choclos expuestos al sol.
Nuestra cálida cabaña formaba parte de la casa de Sanju Baba, uno de los personajes más especiales que conocimos en el viaje. Sanju era un hindú de barba larga, una tikka naranja en el entrecejo y una sonrisa auténtica que revelaba reencarnaciones bien vividas. Desde el primer cruce de miradas nos recibió con los brazos abiertos y al enterarse del cumpleaños nos felicitó a ambos con grandes reverencias. Resultó ser que el 21 de Octubre en la India se festeja una de las fechas más importantes para los hindúes: el retorno del Dios Rama a su casa, después de 14 años de exilio. Es la “Fiesta de Dewali”, la Diosa de la fortuna, entre las más alegres de toda India. Los rituales más populares consisten en encender pequeñas lámparas de aceite dentro y fuera de las casas para mostrarle el camino a Rama, regalar dulces a la gente querida, lanzar fuegos artificiales y pintar mandalas y flores de arroz con tizas de colores en las entradas de las casas. Además, decoran todo con flores naranjas y guirnaldas multicolores ¡desde los autos hasta las vacas!
Los preparativos para los festejos de la noche transformaron el mercado de Manali en un laberinto entusiasta. Penetramos sigilosamente en un mundo totalmente ajeno, de colores brillantes, olores diferentes, montañas de fuegos artificiales, dulces empalagosos y guirnaldas al por mayor. La euforia de las masas atolondradas e impacientes era hasta contagiosa y fuimos parte de una multitud festiva que por senderos de fantasía buscaba la mejor manera de halagar a los suyos y a sus dioses.
Compramos algunos dulces y petardos para festejar junto a Sanju y su familia esa noche en el templo. Pero no éramos los únicos invitados, los chicos que se hospedaban en la otra cabaña, Sandra y Damien de Irlanda, también nos acompañaron. El templo tenía un patio interno con galerías alrededor. Para ingresar, como a todo templo en esta parte del mundo, había que sacarse los zapatos y caminar descalzos por los pisos helados de piedra. A cierta hora, empezaron a tocar campanas y a rezar frente a un altar, mientras se escuchaban en eco las otras campanas del pueblo. Se tiraron petardos, se repartieron dulces y nos invitaron a sentarnos alrededor de un fuego bajo una de las galerías, junto a cuatro personajes con turbantes. El hombre de mayor jerarquía, un gurú alto, raquítico, de turbante naranja y rastas en rodete, era quien repartía los dulces que habíamos llevado y nosotros, respetuosos de la ceremonia, masticábamos esas bolas de colores fosforescentes sin chistar. Como a Sandra le daban arcadas, se hacía la que los comía y se guardaba los cachos de masa en el bolsillo. Cuando nos dimos cuenta, la familia de Baba se había retirado pero nosotros, atrapados en ese misticismo hindú desconocido y seguramente irrepetible, optamos por quedarnos un rato más. Hasta que en un momento, otro de turbante nos habla en castellano. Ante nuestra expresión de desconcierto, nos aclara que era ¡argentino!. Aprovechamos para indagar un poco sobre el ritual, mientras Sandra y Damien nos miraban atónitos pensando que hablábamos algún dialecto indio. A los pocos minutos, nos dimos cuenta de que eran una manga de vagos fumados que se hacían pasar por “místicos”, lo que confirmamos al retirarnos del círculo, cuando nos exigieron dejar plata a manera de ofrenda por los dulces recibidos (¡los que nosotros habíamos llevado!).
Cuando regresamos a la casa de Baba, toda la familia se puso de pie para dejarnos sentar a nosotros (las sillas no abundan en las casas indias), nos convidaron chai y nos sirvieron un plato enorme de comida variada. Mientras degustábamos los placeres ofrecidos, sentaditos en hilera (porque el único asiento de la casa era una banqueta baja y larga) sentíamos a toda la familia de Sanju y amigos observándonos atentamente. Dewali es una fiesta del estilo de nuestra Navidad, familiar e íntima, y nos resultaba un poco embarazoso estar invadiendo ese momento de ellos. Aparte, esa costumbre rara de hacernos comer primero y solos, de darnos lo mejor que tienen conociéndonos tan poco, nos hacía sentir incómodos. En complicidad con los irlandeses y comunicándonos a través de susurros, decidimos comer rápido y levantarnos en tropel agradeciendo cariñosamente las atenciones.
Como la noche todavía estaba en pañales y la algarabía era general, nos fuimos los cuatro al Rainbow Café a tomar algo. Los dueños nepaleses estaban borrachos y felices, bailaban en la terraza descontrolados y ofrecían lo que tenían gratis. Les pedimos algo de tomar y nos trajeron gaseosas y dos recipiente gigantes de arroz con leche (¿¡). De nuevo tuvimos que comer un poco para no ofenderlos. Sandra, a punto de vomitar, ya detestaba tanta generosidad. Nos divertimos muchísimo esa noche con ellos, absolutos cómplices de situaciones tan bizarras. Lo que colmó la carcajada general fue descubrir adentro del bar, a través de la ventana, a los hombres de turbante fumándose grandes “pipas de la paz”.