martes, enero 30, 2007

Otro Planeta

Después de aviones, esperas y cambios de horario, llegamos por segunda vez en este viaje al aeropuerto futurista de Kuala Lumpur. En uno de los pisos de este gigante, tomamos un tren de alta velocidad hasta el centro de la ciudad. Guardamos nuestras mochilas en un locker y pasamos el día recorriendo KL. Nos tomamos el skytrain, visitamos China Town, Little India y por supuesto, las famosas Torres Petronas, para las que hay que sacar turno. Te dejan ascender solo hasta el puente flotante del piso 41 (tiene 88) desde donde se aprecia la metrópolis completa. Calurosa y húmeda, Kuala nos shoqueó por el cambio drástico de cultura: de curries a noddles, de saris a minis, de buses de 18 horas a trenes de alta velocidad, del caos total a las reglas de tránsito, de las vacas en la calle a los autos 0km, de comer con la mano a los palitos… Viniendo de India, ¡esto es definitivamente otro planeta!
A la noche, tomamos un tren muy cómodo y limpio hacia George Town. Llegó en el horario estipulado y cruzamos en ferry a la isla de Penang. La ciudad es un pequeño poblado portuario, pintoresco, con una mezcla interesante de malayos, chinos e indios. Una parte es moderna, con edificios altos, pero el resto es plana, tranquila, muy limpia y con detalles artísticos en los diseños de las veredas y en los cruces de calle, además de una costa con un par de playas. La comida es completamente diferente y ¡para colmo el menú está solo en malayo! Si bien la gente es amable y tiene toda la intención de ayudarte, lo hace en su idioma, aunque con la delicadeza de hablarte más lento. Por lo tanto, terminábamos señalando el plato del vecino entregándonos a la voluntad del cocinero. Acá también son devotos del picante y más de una vez tuvimos la lengua en llamas por el gusto del vecino. Ese día, almorzamos frente al mar y cenamos mirando una película en un bar. Al salir descubrimos que George Town no solo tiene una importante vida nocturna con pubs y discos, sino también que nos hospedábamos en plena zona rosa. ¡Ups!
Tomamos un minibus para seguir hasta Tailandia. Las carreteras en ambos países son fantásticas así que el desplazamiento es veloz. La particularidad es que cada 2 horas paran en lugares comunes a las combis y ahí los choferes intercambian pasajeros según su conveniencia. Así fue como el recorrido lo hicimos en 4 transportes diferentes.
Phuket es la isla más grande del sudoeste de Tailandia. En una de las costas se encuentra Phuket Town, que es la parte vieja, donde están la mayoría de las viviendas, el Mercado y el Puerto. Luego están las playas, cada una con sus hoteles y comercios. Nosotros elegimos Phuket Town para ir investigando desde allí los distintos paraísos.
Un día fuimos a conocer Karon Beach, al otro lado de la isla. Nos alquilamos una sombrilla con dos reposeras y nos pasamos el día interactuando con el mar turquesa y la arena blanca. Nos quedamos a ver el atardecer en la playa sorprendidos de que todo el mundo se fuera para la mejor hora. Juntamos nuestros bártulos a las 6:30 y salimos en busca del bus local. ¡El último bus había pasado a las 6! Tomarnos un taxi era imposible por el precio así que empezamos a caminar ¡los 20km a Phuket! Hicimos dedo esperando que alguien se compadeciera de nosotros y tuvimos la suerte de que una mujer Thai en camioneta parara y nos acercara mitad de camino. Luego volvimos a caminar y paró una moto que nos llevó a ambos por 50 baths. ¡Fue un espectáculo! Los 3 en la misma moto por unos 10km, con un conductor que no hablaba una palabra en inglés y no entendía a qué lugar queríamos ir. Encima iba hablando por un celular que se metía por abajo del casco. En un momento de inspiración divina reconocimos la esquina donde habíamos cenado el día anterior y nos bajamos ahí.
Al otro día, nos fuimos a conocer la exclusiva Laem Singh, también del otro coté de la isla. Mucho más íntima, encerrada entre montañas cubiertas de vegetación y rocas que costeaban la bahía. La típica combinación “phukeña” de arenas nieve y mar cielo, pero con el plus de pescaditos de colores nadándonos entre las piernas. Pasamos todo el día en la playa, aunque preventivamente salimos antes de que pasara el último bus. De todos modos, como uno es más distraído que el otro, el bus pasó y no lo paramos. ¡Otra vez a estirar el dedo! Otra vez nos dieron un aventón.
Para evitar los problemas del bus local, decidimos alquilar una moto al día siguiente. En nuestro primer trayecto nos paró la policía y nos pidió la licencia que obviamente no teníamos. Nos hizo una multa y ¡nos confiscó la moto hasta que la pagáramos! Dentro de la comisaría nos enteramos de la suma ridícula (que ni por las tapas llevábamos encima) y sin abonar abandonamos el recinto para volver a llorarle al cana (quien tenía la sonrisita sobradora de los uniformados de todo el mundo). Después de un rato largo, y varias horas de playa perdidas, seguramente agotado de escucharnos, canceló la multa y nos dejó ir. La responsabilidad y conciencia moral nos llevó de vuelta al hotel para buscar nuestras licencias y no infringir más la ley. Pero cambiamos de rumbo, por las dudas, y fuimos a conocer Kata Beach, una playa larguísima en forma de herradura y con ambiente más familiar. Más tarde conocimos Patong Beach, la populosa, que debe ser la playa más concurrida de todas, con intensa actividad de deportes acuáticos, miles de sombrillas y un centro comercial desarrolladísimo. Cuando decidimos pegar la vuelta, ya estaba bastante nublado y a mitad de camino, nos agarró una de esas tormentas tropicales en las que se cae el cielo abajo en 20 minutos. ¡Nos empapamos hasta la médula para coronar el día!
Llovió toda la noche. La mañana nublada nos hizo dudar de nuestra visita a Ko Phi Phi. Tanto dudamos que llegó la combi que nos llevaba al puerto y todavía no teníamos una decisión tomada ni habíamos pagado el tour. Como confiamos en nuestro azar, tiramos los dados y salió que teníamos que ir. Agarramos los bolsos a las corridas y nos subimos al minibús antes de que partiera. En el momento en que tomamos el barco, el cielo ya estaba despejado y el día fue espectacular.
La entrada a la isla ya justifica el viaje. Grandes rocas forman una isla más pequeña llamada Ko Phi Phi Lee, con acantilados, cuevas, estalactitas y un mar esmeralda que llega a turquesa vibrante en las costas. Tan perfecto que no parece real. Luego desembarcamos en Ko Phi Phi Don, ya recuperada del golpe del Tsunami del 2004, donde están las hosterías y los restaurantes. El ferry nos dejo en una playita, cruzamos el cuello de la isla (150mts) y aparecimos en una bahía que se cerraba sobre sí misma formando un círculo casi completo: una laguna de mar contorneada por arenas inmaculadas y montañas tropicales. Por el agua, tibia y más cristalina que cualquier pileta, se podía reptar con las manos cual lagartos en su salsa.
Phuket tiene ese qué se yo, viste?

Indian Masala

Un amigo me pidió una nota de viaje para una revista de la Patagonia y como es sobre la India quise que formara parte del blog también:
Indian Masala*
De norte a sur y de este a oeste, la India despliega sus contrastes con la humildad y la riqueza de un pueblo milenario. Con más de tres meses de viaje por las entrañas de esta cultura, más que un país parece que he atravesado un continente. Cada provincia de este rombo superpoblado preserva su identidad, su lengua de origen, sus costumbres, sus comidas típicas, acentuando así cada curva y contracurva de este insólito collage de vida.
Los bosques nevados y las altas cumbres de los Himalayas mutan en desiertos amurallados, para transformarse luego en valles zurcados por ríos sagrados y volverse selva salvaje en el cono sur. Y de la mano de la geografía también va cambiando el pueblo. Los musulmanes del norte, conservadores y negociantes, cubren completamente de negro a sus mujeres, comen carne y se arrodillan en dirección a la Meca elevando sus cánticos cinco veces por día. Sobre sus túnicas blancas y sus gorros tejidos usan el « ponchu », una especie de sotana de lana que los cubre de la cabeza a los pies en la época de frío. En medio de las montañas llevan debajo del ponchu una pequeña canasta con brasas encendidas que los mantiene tibios durante los duros inviernos. Hablan distintos dialectos, entre ellos el Kashmiri, una combinación de otras catorce lenguas.
Los hindúes del centro son estríctamente vegetarianos, se visten con colores alegres, hablan hindi, creman a sus muertos y celebran rituales a los múltiples dioses diariamente. Las mujeres solo se dedican a los quehaceres cotidianos envueltas en magníficos saris, mientras los hombres con turbantes de todo tipo y color cubren los puestos de trabajo. Es impensado para una mujer hindú trabajar fuera de su casa, le costaría la enemistad de los hombres de su familia. Sin embargo, son ellas las que hacen el trabajo pesado acarreando lo que sea sobre sus cabezas, desde inmensos matorrales de pasto o leña hasta bolsas de cemento y canastas de escombros.
En el sur tropical conviven pacificamente todas las religiones, aparecen las iglesias cristianas, se acentúa el regionalismo, comen mucho pescado y coco, nadie habla hindi y las mujeres trabajan fuera como los hombres. La tierra fértil combate mejor la pobreza y la generosidad de la naturaleza también se ve reflejada en la hospitalidad de su gente. Los hombres, ante el acoso de las altas temperaturas, eligen vestirse con « longuis », una suerte de pareo que viene en todos los tonos y se puede usar largo hasta los tobillos o doblado hacia arriba simulando una minifalda.
La India lo tiene todo : playas, picos, selvas, ciudades caóticas, especias, joyas, elefantes, villas miseria, vacas sagradas, palacios, mugre, dioses, camellos, gurus, Ayurveda... pero lo mejor de esta tierra es su gente curiosa, amable y por sobre todo, siempre sonriente. Un país en su mayoría agrario, supersticioso, inocente, donde conviven la más alta tecnología y el trabajo artesanal de hacer todo con las manos ; donde no existen los grandes supermercados y todavía tienen lugar el lechero, el pescador, el verdulero ; donde la vida a pleno transcurre en sus calles, ahí se bañan, lavan la ropa, cocinan, comen, se cortan el pelo, se afeitan y se sacan las muelas.
La India, inusual y espontánea, primero te shoquea, te estresa, te samarrea, pero de a poco y sin darte cuenta te cautiva la mirada, te penetra la sangre, se instala en tu sonrisa y te cambia para siempre.
Agustina Lorenzo
*Masala: mezcla de varias especias que dan color, calor y un sabor único.

miércoles, enero 17, 2007

Ultimas fotos de la India

Entre té

¡¡ Muuuuuuuunnar !!

Por una cabeza...

¡¡¡ Lujo asiático!!!

Contemplando la selva en Kumily

Las Backwaters

La troupe suiza

Mujeres de Alleppey

A tono...

¡Varkala!

Pescadores usando longuis

¡¡ India Mágica !!

miércoles, enero 10, 2007

Fotos de Kalpetta y Kannur

Thali a la Kerala

Wild Trompita en Kalpetta

¡ El paraiso !

Danzas Theyyam

Eva

El patio de casa

Kerala Kerida

Los cambios continuaron. Después de pasar un día en Bangalore, nos fuimos a Mysore, donde nos reencontramos con Philippe, un estudiante de antropología francés que conocimos en el bus de Udaipur a Bombay, quien nos transmitió su pasión por los rituales tribales de la India. Nos habló de los “Theyyam”, originales de Kerala, donde se podía asistir a estas danzas de transformación, en las que un hindú de casta inferior se convierte en Dios. Con esa curiosidad decidimos viajar a Kannur, haciendo una parada a nuestro paso en Kalpetta, un pueblo que sirve de acceso al Wayanad Wild Life Sanctuary. Nos hospedamos con una familia de lo más amorosa que recién inauguraba su Home-stay y que nos atendieron como a reyes. El último día, para charlar un poco con nosotros y saber de nuestras vidas, nos invitaron un desayuno típico de Kerala: un Curry de Pollo inolvidable y un Arroz al Coco fabuloso. Un amigo de esta familia, nos invitó también a ver sus plantaciones de café, cardamomo, pimienta y vainilla. La finca, que trepaba una colina, tenía hasta su propio arroyo y desde lo alto se apreciaba un mar de palmeras entre los cultivos de las otras propiedades. ¡Bellísimo!
El viaje a Kannur, a pesar de haber sido en un bus local, fue maravilloso. Nos sentamos al lado del chofer y atravesamos la provincia de este a oeste, siendo espectadores privilegiados del corazón de la selva. La cadena de casualidades siguió en Kannur. Llegamos al anochecer a una gran ciudad y no a un pueblo playero como esperábamos. Salimos rápido de la estación, en busca de un escape, hacia la oficina de turismo que estaba cerrada. Por reflejo empujamos igual la puerta y nos encontramos con dos hombres fumando en la penumbra. Les explicamos que buscábamos un lugar para quedarnos y prendiendo algunas luces, llamaron a Shreeranj, uno de los personajes más adorables que conocimos en el viaje. Nos ofreció su casa en la playa, a unos 15 km de Kannur, con comida casera incluida, para pasar los días de Navidad. Como ese día ya era tarde para ir hasta la playa, nos invitó a quedarnos esa noche en su propia casa. Cuando llegamos, salieron a recibirnos la mujer, Jhothy, y sus 2 hijas: Navia (6) y Nandu (11) que aunque no estaban al tanto de los “invitados”, nos recibieron con mucha alegría. Nos prepararon un cuarto, jugamos un rato con las nenas y mientras Shreeranj cocinaba un delicioso Pollo Biriyani, Jhothy nos mostraba su colección de saris. Gente inolvidable y generosa que nos abrió su hogar como a grandes amigos.
La casa en la playa, blanca, con tejas estilo portugués, estaba al lado de un río en medio de un bosque de palmeras. Por un caminito de arena llegábamos a lo que apodamos unánimemente “el paraíso”: una playa dorada con algunos acantilados enmarcando la costa y rocas esparcidas que se adentraban en el cálido mar arábigo. Aparte de nuestras dos almas, se veían algunos botes de pescadores y la sombra de algunas palmeras que nos acariciaban. Fue el lugar ideal para pasar nuestra navidad. Siendo hindúes, los Shreeranj, se molestaron en decorarnos el lugar para el 24 con arbolito y todo, y agasajarnos con una cena deliciosa que compartimos con una pareja de alemanes, otra de ingleses y una última de italianos. El grupo que se había formado dos días antes de las fiestas fue de lo más ameno y entretenido. Con los italianos compartimos 5 días. Sergio de 59, ex capitán de barco, y Nikki de 42, quienes habían vendido todo 10 años antes y se habían ido a vivir a una granja en Ventimiglia (norte de Italia). Hoy en día viven de sus propios cultivos orgánicos, hacen su vino, su miel, su aceite de oliva, se volvieron vegetarianos y viven muy tranquilos en su pedazo de tierra. ¡Unos hippies envidiables! Una de las noches Shree, nos invitó a ver la final de headball del distrito (¡como el volley pero con la cabeza!). Todo el pueblo asistió al evento y salimos en la tele.
De Kannur nos tomamos un tren a Kochi, para resolver nuestro regreso a Bombay, y enseguida salimos hacia Munnar. Tanto el viaje para llegar como para irnos de Munnar fue soberbio. El pequeño pueblo está rodeado de montañas cultivadas en su totalidad con té. Los diseños que se forman con estas plantaciones ondulantes que trepan las colinas son de postal. Hicimos una caminata “Munnar” de 16 km internándonos en los dibujos mismos para volvernos parte del cuadro. IM PRE SIO NAN Té.
Seguimos viaje a Kumily, similar pero junto a la selva, donde se pueden hacer visitas a las granjas orgánicas de especias y aprender un poco sobre el tema. ¡Algún día seguiremos los pasos de los italianos! Nos alojamos en una casita sobre un árbol para esperar el año nuevo como auténticos duendes. Nos dimos el gusto de andar en elefante y de conocer a uno pequeño de solo 14 días que recién aprendía a caminar. Visitamos una fábrica de té y contemplamos repetidas veces, desde nuestro mirador elevado, la selva con sus cañaverales inmensos y animales silvestres, algunos jabalíes y ciervos que se acercaban a beber a un pequeño arroyo.
Nuestro siguiente destino fue Alleppey. Nuestro plan era tomarnos un bus hasta Kottayam y un ferry para cruzar las backwaters. A orillas del agua nos enteramos de una huelga que impedía el acceso a Alleppey. Éramos 6 los extranjeros en la misma situación: una pareja suiza, Olivier y Damaris; otra pareja mixta, Bastian (suizo) y Ángela (brasilera) y nosotros. Ellos venían juntos desde Kumily y todos hablaban francés. Nos hicimos amigos y luego de algunas negociaciones truncas decidimos quedarnos esa noche en un hotel. Una de las propuestas locas de uno de los pescadores era alquilarnos un bote, ir hasta Alleppey y esperar en el agua hasta que se levantara la huelga para ver si nos dejaban entrar al puerto. Sabiendo con qué bueyes arábamos, preferimos esperar en tierra firme y salir a la mañana siguiente. El viaje en un bote solo para los 6 (porque al final perdimos el de la mañana y tuvimos que alquilar uno) fue delicioso. Atravesamos un delta como el del Tigre pero tropical, presenciando escenas cotidianas frente al río, pájaros multicolores, plantaciones de arroz, y cruzándonos con otros botecitos.
En Alleppey conseguimos habitaciones enormes en una casa colonial a pocas cuadras de la playa. Nos pasamos el primer día buscando precios y opciones para recorrer las backwaters en una house-boat, pero en plena temporada alta fue imposible. Optamos por una shikara, un botecito con techo para 6, a remo que prometía mostrarnos los secretos del delta metiéndose por brazos estrechos adonde las embarcaciones más grandes no tenían acceso. Si bien fue bello, no cumplieron con lo prometido. Protestamos y para nuestra sorpresa, nos devolvieron la plata. Pasamos otro día en la playa, observados por decenas de curiosos que no se acostumbran todavía a las bikinis, y como coincidíamos en que todos queríamos una playa paradisíaca para relajarnos los últimos días, partimos en troupe hacia Varkala, practicando nuestro francés 24 horas por día.
Varkala, una playa de pescadores inhóspita hace 10 años, hoy es un spot turístico importante, pero aún conserva su belleza natural inigualable. Tiene playas de arena dorada y otras de arena negra, acantilados rojizos cubiertos de cocoteros y muchas opciones para alojarse y comer. Pasamos 4 días de playa, cenas, juegos de dados y cartas, barrenadas y atardeceres con estas dos parejas divinas con las que nos divertimos a lo loco y compartimos un montón de cosas. Aceitamos nuestro francés, que venía un tanto oxidado, y ¡hasta aprendimos algunas expresiones nuevas!
Pasar nuestra última semana en esta tierra maravillosa, con gente positiva, aventurera y cálida fue un cierre perfecto para nuestra ya querida y entrañable India. Ahora estamos en el Aeropuerto Internacional de Bombay, esperando nuestra conexión (en unas 10 horitas) a Kuala Lumpur. Estamos un poco nostálgicos por dejar este país que nos dio tanto, pero no nos podemos quejar, nos quedan tres meses más de viaje para descubrir nada más y nada menos que el Sudeste Asiático. Como diría Bastian: “C’est ne pas mal!!!”

sábado, enero 06, 2007

Fotos de Goa a Hampi

Goa - Palolem

Gokarna

Soledad en la cima de las rocas

Hampi a la distancia

Rocas y arroz

Hombre de Hampi